Han pasado tres años desde que sufrieran quemaduras al ser alcanzados por el fuego, cuando intentaban recuperar combustible en un ducto de Pemex, de una toma clandestina que se derramaba dentro de una zanja, en los límites de Tlahuelilpan y Tlaxcoapan. Su sobrevivencia ha sido catalogada por médicos como milagrosa, pero su recuperación ha sido lenta y dolorosa, aún no sanan y esperan poder ser sometidos a cirugías que han perdido por la pandemia y el burocratismo.
Rosalina Reyes Torres explica que su hijo sufrió quemaduras en el 90 por ciento de su cuerpo, pero gracias a que fue atendido en el Hospital Shriners para niños, en Galveston, Texas a donde fue canalizado por la Fundación Michou y Mau para niños quemados, logró salvar la vida, pero la pandemia frenó su atención médica y hoy está en la depresión total y se rehúsa a seguir con su vida.
Explica que su hijo tiene gran pesar porque el día de la fuga, un vecino le invitó a ir al sitio del derrame y su hijo invitó a otro primo de 15 años para ir a recolectar combustible y el jovencito también se quemó y murió en un hospital.
El vecino les dijo “hay gasolina gratis, súbanse a la camioneta. Y este le dijo al primo, vente, vamos. La camioneta se fue llena de gente, porque el vecino pasó a llevárselos. Desgraciadamente unos murieron”.
Cuenta que al hombre que los llevó a recoger hidrocarburo nada le pasó porque este se quedó en la camioneta mientras los otros llenaban las garrafas, pero además cuando ocurrió la explosión e incendio huyó y los dejó abandonados a su suerte, no esperó para llevar a los lesionados al hospital.
Cuando el accidente ocurrió, explica Rosalina, su hijo tenía 15 años, estudiaba segundo semestre en el Cetis de Atitalaquia, jugaba futbol, incluso tenía una novia, decía que quería ser mecánico industrial, “tenía una vida normal”, dice con pesar y contrasta, hoy tiene 17 años, se niega a salir y hacer vida social, además de que no quiere estudiar porque teme al bulling.
La atención psicológica que ha recibido, asegura, no ha sido suficiente para que el joven busque un motivo para seguir adelante. Lo han tratado y están tratando psicólogos y va avanzando, pero como aún usa una máscara dice que, “si no le hacen una cirugía que necesita, nunca se la va a quitar”.
En tres años el joven solo ha podido ser sometido a una cirugía, según explicó Rosalina, por el burocratismo para conseguir una visa por diez años. Y por ello ha perdido la oportunidad de ser intervenido en seis ocasiones. La fundación le ha ayudado a sacar la visa, pero la ultima tardó año y medio en que se la otorgaran y cuando ya pudo conseguir que el hospital le diera cita para la cirugía, la visa ya había vencido.
Dice que sabe que otros afectados sí les dieron el documento por diez años y suplica por el mismo trato, para que su hijo pueda ser atendido, porque han estado en dos ocasiones en Texas, pero solo le intervinieron en una ocasión porque la segunda vez que fue, dio positivo a COVID-19 y le cancelaron al intervención.
Además, tiene múltiples secuelas, le han estado saliendo lesiones en los brazos que terminan convertidas en llagas, las cuales son muy dolorosas y en la planta de un pie tiene una lesión que no sana, Rosalina dice que lo lleva al médico, pero en Tlahuelilpan y en México no saben tratar lesiones por quemaduras y, además, todo él está muy hinchado, por eso su desesperación por llevarlo a Estados Unidos.
Al menos otros tres sobrevivientes de la explosión en Tlahuelilpan afirman que han visto también afectado su tratamiento y por tanto su recuperación, porque no han podido ser intervenidos quirúrgicamente en Estados Unidos, por la pandemia o por falta de visas o recursos para trasladarse, porque han sido dejados solos por los gobiernos que les prometieron ayudarlos y solo han recibido atención de la Fundación Michou y Mau.